El tango estaba en el aire, y Borges no pudo permanecer ajeno a su influjo: así, en 1926 escribió un poema que sugiere que la música porteña formaba ya parte de sus intereses.
Se titula “Soneto para un tango en la nochecita”
Quien se lo dijo todo al tango querenciero
cuya dulzura larga con amor se detuvo
frente a unos balconcitos de destino modesto
de ese barrio con árboles que ni siquiera es tuyo?
Lo cierto es que en su pena vi un corralón austero
que vislumbre hace meses en un vago suburbio
y entre cuyos tapiales hubo todo el poniente.
Lo cierto es que, al oírte, te quise más que nunca.
Arrimado a la música me quede en la vereda
frente a la sola luna, corazón de la calle
y entre el viento larguero que pasó arreando noche.
El infinito tango me llevaba hacia todo.
A las estrellas nuevas. Al azar de ser hombre.
Y a ese claro recuerdo que buscan bien mis ojos,
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