Tango 1925
Música: Cátulo Castillo
Letra: José González Castillo
Don Cátulo alguna vez comentó: «En Boedo mi padre fundó la universidad popular, en ella enseñaba inglés, que sabía muy poco, pero igual lo hacía. También fue fundador y animador por años de la peña Pacha Camac, que comenzó funcionando en los altos de una confitería, “Biarritz”. De allí salieron actores importantes, gente de teatro, escultores como Riganelli, venía gente del diario “Crítica” donde había trabajado. Él estuvo en el comienzo del grupo de “Boedo”, contrapuesto al de “Florida”, bastante parecidos en su composición pero con otras ideas menos radicalizadas. El grupo nació en la librería Munner, en Boedo 833. Munner era un alemán muy inquieto que reunía a los muchachos en la trastienda de su negocio. Así, la calle que aún no era barrio comenzó a tener una vida cultural propia que se irradiaba a los barrios vecinos. Su apogeo fue en las décadas del veinte y el treinta.
Era un viejo zapatero
que vivía en un portal,
y era una rubia vecinita
muy bonita
y muy coqueta, que pasaba sin mirar.
La rubia por las mañanas
iba camino a su taller,
y frente al cuchitril del viejo remendón
era como un primer
rayo de sol...
El pobre viejo tras la vidriera,
viviendo alguna lejana ilusión,
soñaba al verla pasar por la acera
quién sabe qué loca quimera de amor.
La rubia un día entró a la bohardilla
y el pobrecito tembló de emoción,
cuando a pretexto de atarle una hebilla
la pierna torneada su mano palpó.
Y con sorpresa, ese día,
frente a su chiribitil,
la gente llena de emoción se detenía
para escuchar la melodía de un violín.
Era que aquel zapatero,
con religiosa devoción
su triste soledad
lloraba al tierno son
de una familiar canción sentimental.
Desde esa tarde su canto parece,
con su incansable motivo chillón,
la monocorde sonata de un grillo
en el pentagrama de aquel callejón.
Y, según dicen, pensando en la rubia,
el pobre viejo, detrás del portal,
como a una pierna temblando acaricia
la caja del tosco violín fraternal.
Música: Cátulo Castillo
Letra: José González Castillo
Don Cátulo alguna vez comentó: «En Boedo mi padre fundó la universidad popular, en ella enseñaba inglés, que sabía muy poco, pero igual lo hacía. También fue fundador y animador por años de la peña Pacha Camac, que comenzó funcionando en los altos de una confitería, “Biarritz”. De allí salieron actores importantes, gente de teatro, escultores como Riganelli, venía gente del diario “Crítica” donde había trabajado. Él estuvo en el comienzo del grupo de “Boedo”, contrapuesto al de “Florida”, bastante parecidos en su composición pero con otras ideas menos radicalizadas. El grupo nació en la librería Munner, en Boedo 833. Munner era un alemán muy inquieto que reunía a los muchachos en la trastienda de su negocio. Así, la calle que aún no era barrio comenzó a tener una vida cultural propia que se irradiaba a los barrios vecinos. Su apogeo fue en las décadas del veinte y el treinta.
Era un viejo zapatero
que vivía en un portal,
y era una rubia vecinita
muy bonita
y muy coqueta, que pasaba sin mirar.
La rubia por las mañanas
iba camino a su taller,
y frente al cuchitril del viejo remendón
era como un primer
rayo de sol...
El pobre viejo tras la vidriera,
viviendo alguna lejana ilusión,
soñaba al verla pasar por la acera
quién sabe qué loca quimera de amor.
La rubia un día entró a la bohardilla
y el pobrecito tembló de emoción,
cuando a pretexto de atarle una hebilla
la pierna torneada su mano palpó.
Y con sorpresa, ese día,
frente a su chiribitil,
la gente llena de emoción se detenía
para escuchar la melodía de un violín.
Era que aquel zapatero,
con religiosa devoción
su triste soledad
lloraba al tierno son
de una familiar canción sentimental.
Desde esa tarde su canto parece,
con su incansable motivo chillón,
la monocorde sonata de un grillo
en el pentagrama de aquel callejón.
Y, según dicen, pensando en la rubia,
el pobre viejo, detrás del portal,
como a una pierna temblando acaricia
la caja del tosco violín fraternal.
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